Desde pequeña he vivido en ciudades distintas, creo eso ha influenciado mi espíritu explorador. Viajar con identificación colgada al cuello en primer asiento del avión, cuando íbamos de visita con los abuelos. Mi hermana viajaba con su Javier, un cabbage patch que abandoné cuando se decía estaban poseídos, por si las dudas decidí sustituirlo por un libro de criaturas fantásticas. Y así comenzó mi obsesión por los viajes, las historias y los mapas. En primaria escapaba de clases para ir a la biblioteca y observar sin parpadear los mapas antiguos y leer historias de guerreros y piratas. Las princesas no eran lo mío, me aburrían terriblemente, además no entendía por qué todas eran rubias.
Cuando les dije a mis padres que quería irme a vivir a otro país no se alarmaron. Los padres están acostumbrados a que sus hijos partan a otros países a estudiar o vivir. Dicen que quien parte va en búsqueda de algo, aunque no sepa bien qué es lo buscado. ¿Y cuándo vas a parar? preguntan, supongo que cuando llegue la sensación de que ese es el lugar.
Javier Reverte, en El sueño de África, menciona que ¨viajar tiene algo de nacimiento”, cierto, un nacimiento que debieron experimentar al máximo aquellos exiliados de las dictaduras de Pinochet, Franco, Videla o Castro, al llegar a otro país. Exiliados forzados o voluntarios, todos en algún momento sentimos la nostalgia. Cuando uno está lejos, se extraña hasta lo no gustado, el ingrediente más ignorado o la melodía más odiada. Pero también la nostalgia produce inspiraciones únicas y valiosas. Cuántas grandes novelas, poemas o pinturas se han creado desde el exilio. ¿Será que la nostalgia es el mejor incentivo para crear?. Algo bueno tendría que tener el padecer ciertas dosis del Síndrome de Ulises.
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